20 enero, 2014

Elogio de la desconexión consciente (Slow Tech)

Hiperconectividad_Post Area 2_4Me encanta estar conectado. Necesito mi dosis diaria de conexión, entre otras razones, porque las TIC están permitiendo que independientemente del lugar donde esté y del momento del día pueda mantener un fluido intercambio de mensajes con otros, buscar aquella información que preciso, consultar las noticias, trabajar o disfrutar con un videoclip. Me gusta tener conexión plena, permanente e ininterrumpida de forma me sienta un sujeto ubicuo. La única condición necesaria es estar conectado al ciberespacio mediante el artefacto o gadget tecnológico oportuno –sea el smartphone, la tableta o el ordenador personal. Incluso ya se ha inventado el concepto de wearable technology o tecnología que va pegada a nuestro cuerpo de forma permanente como la ropa, un reloj o unas gafas.
Sin embargo, la hiperconectividad satura y, en ocasiones, genera problemas. Por ello, es muy relevante y necesario aprender a seleccionar los tiempos de desconexión. Puede parecer fácil, pero en los tiempos actuales no lo es.  La desconexión significa renunciar a dar prioridad a la comunicación digital. Significa otorgar a la máquina un papel secundario respecto a las personas con las que estamos presencialmente. Y casi nunca lo hacemos. Fijémonos en las conductas cotidianas con nuestros móviles, tabletas o PC. Cuando estamos conversando con alguien y suena el aviso de un mensaje atendemos inmediatamente a la pantalla. Cuando entramos en un avión lo último que hacemos es apagar el teléfono (porque nos obligan), y lo primero que hacemos, antes de salir de la aeronave, es encender nuestro smartphone. De forma habitual se producen situaciones donde el uso de la tecnología es disfuncional socialmente, incluso maleducada. Recuerdo que en la celebración de una oposición en un concurso a cátedra universitaria, tres de los cinco miembros del tribunal estaban más atentos y preocupados por el aparato tecnológico con el que estaban conectados que con la exposición que realizaba la persona opositora. En otra ocasión cenando con unos amigos, uno de los comensales fue recriminado porque su dedicación al teléfono móvil era tan abrumadora que nos hizo sentir incómodos y ninguneados a quienes allí estábamos.
La desconexión voluntaria, intencional o consciente tal como la sugiero es asumir o participar en la filosofía del denominado movimiento slow. Desde hace unos años se está reivindicando una desaceleración del frenético y estandarizado modo de vida urbana que básicamente consiste en defender un estilo de existencia vital más sosegado, tranquilo y humanizado en busca de mayor bienestar y equilibrio personal. Así por ejemplo, en la comida (frente al fast food o alimento macdonalizado) ha surgido el concepto slow food de cocina lenta, placentera y diversificada, en el campo de la moda el slow fashion, o en el ámbito del urbanismo el concepto cittaslow. De modo similar a este planteamiento han empezado a surgir voces que reclaman que tenemos que aprender a seleccionar los tiempos de conexión y desconexión a la tecnología. Es lo que empieza a configurarse como el movimiento slow tech y que cuenta incluso con un día de la desconexión o “unplugging day”. De modo similar hay voces que reclaman unos slow media o “medios de comunicación lentos” como Arianna Huffington o  el The Wall Street Journal. También pueden encontrarse más opiniones en distintas entradas a blogs y otros artículos.

La capacidad para tomar decisiones intencionales para realizar un uso consciente y crítico de la tecnología no surge espontáneamente. Esta competencia necesita ser educada. Requiere de una persona con conocimientos tecnológicos básicos, con un acerbo cultural sólido, con una identidad plena y equilibrada de sí mismo y que disponga de valores y principios anclados en la ética democrática. Por ello, considero que en el contexto de la educación escolar así como en la educación informal desarrollada en el contexto de los hogares hay que “educar para la desconexión”, para que un niño o adolescente aprenda a controlar el uso que realiza de la tecnología, y no al revés. Todo ello sería parte de lo que conocemos como alfabetización o competencia digital.
Por una parte, hemos de educar para tomar conciencia de que vivimos en una sociedad donde estamos sometidos al control, observación y espionaje de todos nuestros datos digitales (de los cuales se apropian las empresas para su comercialización y venta a otras empresas, o que utilizan sin recato los poderes gubernamentales bajo el paraguas de la seguridad), por lo que cualquier ciudadano debe saber que solamente las actividades que realizamos sin conectividad conservan la posibilidad de ser privadas. Desconectarse conscientemente, en consecuencia, también es evitar la vigilancia y el control permanentes y por tanto hacer uso pleno de la libertad como ciudadano y sujeto.
Por otra parte, la filosofía de la desconexión, del unppluging o slow tech significa reclamar tiempos y espacios privados e íntimos en el quehacer diario para atender a los demás, y también a uno mismo. Ello redundará seguramente en aprender a disfrutar y focalizar la atención en las experiencias sensitivas que nos proporcionan los objetos, los paisajes, las personas, o los acontecimientos que nos rodean y que son próximos. La desconexión consciente es aprender a recuperar el placer de lo empírico, de lo cercano, de lo sensorial. Es otorgar prioridad, al menos por un periodo de tiempo concreto de unas horas o unos días, a nuestras vivencias como sujetos inmersos en un medioambiente o ecosistema natural. Es recuperar, en definitiva, la materialidad de lo que nos rodea y sentirnos parte de un mundo formado por átomos y no solo por bits.

Este post lo escribí  y fue publicado para el blog "Traspasando la línea" de EL PAÍS y que coordina Albert Sangrá. Puedes acceder al texto original

16 enero, 2014

¿Son necesarias las bibliotecas escolares en la escuela digital? .


 

En el ámbito escolar, a lo largo de más de un siglo, el libro fue elevado a categoría de canon del saber y del conocimiento convirtiéndose en el eje central de lo que debía enseñarse y aprenderse. Esta visión y modelo de escolaridad se consolidó de tal manera que la simbiosis entre libro y escuela fue tan profunda que surgió un tipo de libro singular y específico para el trabajo en el aula: el libro de texto. Este material didáctico, a lo largo de muchas décadas, fue evolucionando hasta convertirse en el recurso casi indispensable para la labor docente de forma que lo que se enseñaba y lo que se aprendía era lo que estaba impreso en sus páginas.
De forma paralela, en numerosas escuelas y colegios fue surgiendo la necesidad de crear bibliotecas que ofrecieran otro tipo de libros con potencial pedagógico como las colecciones de libros infantiles y juveniles, de enciclopedias, de diccionarios, de obras de literatura, de libros ilustrados y demás materiales didácticos que fueran útiles tanto los estudiantes como para los profesores. Por todo ello, una biblioteca escolar, era un lugar necesario y complementario de los procesos educativos desarrollados en el interior de las aulas. La biblioteca era, de este modo, un territorio de animación a la lectura, un centro de recursos o materiales didácticos, y un foco o espacio para la ampliación del conocimiento que no estaba en los libros de texto.
Sin embargo, con la llegada de las TIC (Tecnologías de la Información y Comunicación) los tiempos han cambiado profundamente y existen muchas probabilidades que, a medio plazo, los libros de texto y demás publicaciones impresas empiecen a desaparecer del interior de las aulas. Esta hipótesis no es ciencia ficción, sino un hecho real. Algunos países ya han anunciado la implantación de políticas educativas destinadas a sustituir los libros de texto por materiales educativos digitales. Por ejemplo, en Corea del Sur el Ministerio de Educación ha planificado que los tablets, lose-readers y otros dispositivos electrónicos sustituirán a los libros de textode papel en el año 2015. En U.S.A. varios estados federales como Florida o California ya han comenzado este proceso que apoya la Administración Federal. Incluso la SETDA (Asociación de directores de tecnología educativa de los estados) en un reciente informe reclaman que este proceso acabe en el curso 2017-2018.
Existen muchas voces que pregonan la necesidad y urgencia de que la escuela se apropie de la tecnología digital y transforme de modo radical su práctica pedagógica. Desde hace varios años se experimentando con distintas propuestas de materiales educativos en formato digital: por una parte, están los denominados libros digitales educativos que responden a una visión estructurada del conocimiento, similar a los libros de texto en papel, pero incorporando la interactividad y la hipertextualidad, por otra están surgiendo un tipo de materiales educativos gamificados (también conocidos como serious games) que ofrecen experiencias abiertas y flexibles de aprendizaje apoyadas en las aportaciones de los videojuegos.
Por otra, están todos los variados recursos o herramientas que ofrece Internet, o la web 2.0, que permite que un docente pueda seleccionar aquellos objetos digitales (un video, un blog, un portalweb, una presentación multimedia, una actividad online, o cualquier otro producto) para que su alumnado desarrolle tareas de aprendizaje en torno a los mismos. Asimismo, la red o web 2.0 hacen posible que los estudiantes se conviertan en creadores o constructores de contenidos, y no sean meros receptores de información vehiculada a través de los libros. Herramientas digitales como editores de fotografías, de textos, de videos, de diapositivas, de mapas conceptuales, de creación de sitiosweb, de blogs, de wikis, redes sociales de intercambio de mensajes e información, entre otras muchas, están permitiendo que el alumnado pueda aprender a expresarse y comunicarse mediante múltiples lenguajes y formas simbólicas.
De este modo, la alfabetizaciónen la escuela de la era digital ya no puede reducirse a saber leer y escribir textos en lenguaje alfabético, sino que un sujeto culto del siglo XXI tiene que tener múltiples alfabetizaciones. Estas nuevas alfabetizaciones significa que en las escuelas debe enseñarse a saber encontrar en Internet información útil y adecuada en función de una serie de propósitos, a saber trabajar colaborativamente en entornos virtuales, a dominar las competencias para a comunicarse y expresarse en múltiples formatos y con las herramientas digitales.
La pregunta es inevitable: en este nuevo contexto donde los materiales didácticos tradicionales de papel empiezan a desaparecer, ¿tienen sentido y utilidad las bibliotecas escolares? Mi posición es que sí. La razón principal es que las escuelas serán seguramente a medio plazo uno de los pocos espacios sociales donde los niños encuentren libros en papel. Defiendo, que las TIC sean parte cotidiana del trabajo escolar, pero también que en la escuela deben convivir y estar presentes muchos materiales de distinta naturaleza (impresos, audiovisuales, sonoros, multimedia, realidad aumentada, manipulativos, etc.). La presencia y uso de distintas y variadas tecnologías proporcionará a los estudiantes experiencias de aprendizaje valiosos y ricos que les ayudará a desarrollar conocimientos de distinta naturaleza cognitiva y emocional. Las bibliotecas escolares no serán solo un recuerdo del esplendor pasado del libro, sino que debieran ser el contrapunto necesario para desarrollar experiencias culturales paralelas a las que se obtienen en el ciberespacio.

Este texto fue recientemente publicado en M. AREA: Mi biblioteca: La revista del mundo bibliotecarioISSN 1699-3411, Nº. 32, 2013 , pág. 13